viernes, 31 de octubre de 2008

HADES O PLUTÓN, GOBERNANTE DE LAS PROFUNDIDADES

El dios Hades o Plutón.

Escultura de Agustino Caracci.



A propósito de la reciente reunión realizada en Praga, por parte de la Unión Astronómica Mundial (AAI), convocada para analizar si se debía definir como planeta el descubrimiento del astrónomo Brown en el año 2003, del nuevo cuerpo celeste llamado UBS313, situado a 14550 millones de kilómetros de la tierra, conllevando por supuesto al planteamiento también de si el planeta Plutón, debería seguir siendo reconocido o no como planeta, al establecerse que este tiene tan solo 2300 kilómetros de diámetro, mucho más pequeño que la Tierra, la Luna e inclusive que el mismo UBS313. Otro hecho importante planteado con relación a Plutón, es su órbita poco ortodoxa cuya inclinación no es paralela a la de la tierra y a los otros siete planetas del sistema solar. La conclusión a que llegaron los casi 2500 científicos, es que Plutón ha dejado de ser considerado como planeta.

Independientemente de esta discusión científica, lo evidente es que el hecho de llevar el nombre de Plutón, conlleva a tener algunas connotaciones analógicas y deductivas, desde el punto de vista astrológico, que sin duda alguna jamás dejarán de existir para todos aquellos nacidos bajo la constelación de Escorpión y por supuesto que tienen que ver con la esencialidad de este dios, que representa la transmutación, el renacimiento, la vida y la muerte, transformaciones y cambios sumamente significativos, para todos los seres humanos que tengan en su carta astral algún aspecto relacionado con el regente de Escorpión, el muy misterioso y trascendente Hades o Plutón.

La mitología griega ha tenido una amplia influencia sobre la cultura, el arte y la literatura de la civilización occidental, y sigue siendo parte de la cultura y lenguaje del mundo en su conjunto. Los dioses del panteón griego adoptaban figuras humanas y personificaban las fuerzas del Universo, bellamente descritos por medio de relatos que han ocupado lugar de preeminencia en la cultura universal, como escritores, historiadores y poetas entre los cuales podríamos citar a Heródoto, Homero, Hesíodo, con su Teogonía o el origen de los dioses. Los trágicos como Eurípides, Esquilo y Sófocles, sin dejar de mencionar al poeta romano Ovidio, entre otros. En este orden de ideas el dios Hades, juega un papel determinante en el Génesis de la hermosa Mitología Griega y en ese magnífico firmamento se encuentra con luz propia el poderoso Hades. Veamos toda su trascendencia.

Este misterioso dios era hijo de Cronos y Rea o Cibeles, asimilado por los romanos a Plutón y hermano de Zeus, Poseidón, Hera, Hestia y Deméter. Tanto Hades como sus hermanos habían sido devorados por su padre y posteriormente expulsados, de acuerdo al convenio que había hecho Cronos con su hermano mayor Titan, sobre la sucesión al trono y cada vez que nacía un hijo hombre, Cronos se lo pedía a Rea para desaparecerlo, puesto que solo tendrían derecho los descendientes de Titan, pero realmente no sucedió así y la línea sucesora continuó siendo de Cronos. Los poetas asignan a Zeus, Poseidón y Hades como los dioses superiores del Olimpo, después de derrotar a los Titanes, que eran las divinidades primitivas que gobernaban el mundo. Para esta lucha los Cíclopes, le prepararon un casco a Hades, que lo hacía invisible y poder así, hacerle más fácil la obtención del triunfo. Una vez lograda la victoria, procedieron a repartirse el Universo quedando Zeus como gobernante del Cielo, Poseidón del Mar y Hades del mundo subterráneo, o los infiernos, consagrándosele a éste como el dios de los muertos.

Se puede decir que los infiernos es el lugar de las moradas subterráneas, a donde van las almas de los muertos, con el propósito de ser juzgadas y así recibir la pena merecida por los crímenes cometidos o la recompensa por los actos virtuosos, que hayan realizado durante su vida. Los poetas describen este vasto sitio, rodeado de dos ríos: el Aqueronte y el Estigio, los cuales están siendo permanentemente navegados por un barquero de nombre Carón o Caronte, viejo despiadado que rechazaba y golpeaba con su remo a los muertos que permanecían insepultos y a los que no le pagaban el óbolo, equivalente a un sexto de un dracma, precio del pasaje. A los demás los invitaba a sentarse en su barca y los transportaba a la ribera opuesta para ser entregados a Hermes mensajero de los dioses, que a su vez los conducía al tribunal que administraba justicia en nombre de Hades.

Los tres grandes jueces responsables de darle a las almas su justo veredicto, eran en su orden: Minos rey de Creta, reconocido como un monarca de virtudes excepcionales, entre las cuales estaba la sabiduría y la justicia, condiciones éstas, que le valieron después de muerto, hacer parte del selecto grupo de altos magistrados de las profundidades. Éaco rey de la isla de Eghina, entre el Peloponeso y el Ática y Radamanto hermano del rey Minos, todos ellos de intachable conducta y servidores en sus vidas terrenales de actos loables en bien de sus conciudadanos. El preeminente de este triunvirato era el sabio Minos, quién tomaba la palabra para dar la sentencia, empuñando en sus manos un cetro de oro. Todos aquellos que eran calificados y reconocidos como buenos, eran conducidos a los Campos Elíseos y los malos eran precipitados al Tártaro

Los Campos Elíseos hermosamente descritos por los distintos poetas señalan este lugar, como la morada que estaba destinada para todos los buenos que después de muertos merecieran estar en un sitio de exuberancia y esplendor. El verde encendido de sus prados, con sus flores engalanadas de colores infinitos, que se movían por el impulso de los suaves vientos del norte y los mas maravillosos gorjeos de entonaciones melodiosas, producidas por aves de plumajes sin par y los rayos del sol, con su claridad celeste recreaban este ensoñador paraje de los buenos. Las aguas del rio Leteo que hacía olvidar el pasado de las almas, bañaba las tierras fecundas haciéndolas producir cada año hasta tres cosechas, con sus exquisitos frutos. A estos maravillosos Campos no tenía acceso el dolor, la enfermedad, ni la vejez. No existía ningún mal que pudiera afligir al alma. Todas las miserias humanas: el odio, la ambición, el rencor, la envidia y las bajas pasiones no se conocían allí.

El Tártaro lugar de los malvados, era una prisión fortificada de triples muros, circundado por el Flegetón rio de fuego, el cual era navegado por tres góndolas: Alecto, Meguera y Tisífone, conducidas por furias que empuñaban en una mano un látigo sangriento y en la otra una antorcha que arrojaba fuego, quienes flagelaban sin ninguna misericordia, a las almas criminales, a los malhechores, a los ladrones, a los avaros, a todos los que odiaban a sus hermanos, a los servidores infieles, a los ciudadanos traidores a su patria, a los gobernantes que causaron guerras injustas, en fin a todos los merecedores de severos castigos.

Entre los que se encontraban en el Tártaro, estaba Titio cuyo seno era roido por un buitre, por haber ofendido a Leto madre del dios Apolo, quién a su vez lo asesinó de un flechazo. Tántalo rey de Frigia o de Lidia, que por haber asesinado a su hijo fue arrojado a los infiernos a sufrir eternamente hambre y sed, a pesar de estar rodeado de agua y tener a su alcance árboles cargados de fruta. También se encontraban las Danaides, que eran cincuenta hijas del rey Danao gobernante de Argos, que por haber asesinado a sus esposos, a excepción de Hipermnestra, habían sido condenadas a llenar de agua un tonel sin fondo. Cerca de ésta fortificación moraban las enfermedades, los resentimientos, la miseria que vestía de andrajos, la guerra que chorreaba sangre, la muerte llevando en una de sus manos la guadaña, los monstruos como las Gorgonas: Medusa, Euríala y Esteno, cuyo cabello era formado por serpientes y quienes las miraban, quedaban convertidos en piedra. La Quimera, las Arpías, monstruos alados con cuerpo de mujer y patas de pájaro y otros horribles demonios.

El palacio o la mansión donde gobernaba el dios de los infiernos, inspiraba horror; además de su carácter despiadado, que no permitía que ninguno de sus más cercanos colaboradores, pudiera regresar a la tierra a vivir entre los vivos. Agréguesele que a esta grande residencia, la custodiaba un perro de tres cabezas, que permanecía en vela de nombre Cancerbero, que con sus triples aullidos y mordeduras, impedía que entraran en ese lugar, las personas vivientes y a las sombras que pudieran salir de allí. Estas últimas eran consideradas como un término medio entre el alma y el cuerpo, o el alma inmaterial que conservaba la figura del cuerpo, según descripción que hacían los poetas y filósofos.

Su rostro adusto y fuerte carácter, con su acostumbrado radicalismo, hacían del dios de las profundidades, que las distintas diosas no tuvieran ningún tipo de empatía, por los temores que infundía y esta circunstancia lo llevaba a estar en estado célibe. Cansado de su situación decidió salir en búsqueda de una esposa, dirigiéndose a las campiñas del monte Etna en Sicilia, donde divisó a una hermosa doncella, que acostumbraba a recrearse con sus compañeras, recogiendo flores y cuya belleza sin igual lo impactó sobremanera, enamorándose perdidamente.

Hades ansioso de poseerla, optó por raptarla, a pesar de haberse opuesto y protestado la diosa Atenea. Su nombre era Perséfone asimilada por los latinos a Proserpina, hija de Deméter o Ceres llamada así por los romanos y su padre era Zeus dios del Olimpo.

Con sus portentosos brazos la llevó hasta su carruaje, tirado por corceles negros, golpeando con su látigo a los briosos animales y soltando las riendas; desenfrenados salieron con destino a las profundidades y en uno de los tantos lugares inhóspitos, con su cetro de oro tocó fuertemente la tierra, abriéndose inmediatamente para dirigirse al reino de las tinieblas. Entre tanto Deméter recibió la noticia de la desaparición de su hija, causándole gran desesperación y traumatismo, saliendo precipitadamente en busca de ella. Recorrió montañas, atravesó con antorchas la oscuridad de la noche y llegando cerca del lago de Siracusa una de las capitales de provincia en Sicilia, encontró el velo de la secuestrada, entendiendo que por allí había pasado, recibiendo la información de la ninfa Aretusa, que quién tenía a su hija era el gobernante de los infiernos.

No resistió ante esa calamidad y decidió tomar su coche tirado por dos dragones alados, que según los poetas eran animales fabulosos, o grandes serpientes, tan feroces como el león y tan rápidos como el águila, que jamás dormían, remontándose a las inmensidades del espacio, en dirección del Olimpo, presentándose ante el dios de todos los dioses. Con su rostro bañado en lágrimas, su cabello en total desorden y con su quejumbrosa voz, le informó a Zeus todo lo sucedido, a lo cual él trata de calmarla, diciéndole que Hades es un poderoso monarca, que debería sentirse orgullosa de tenerlo como esposo de su hija. Sin embargo ella le expresa el deseo de que Perséfone le fuera devuélta, pero el soberano le advierte que si ella ha comido algún alimento en el lugar de las tinieblas, no podría regresar jamás a la tierra, pues esto estaba establecido por las leyes del mundo de las profundidades.

Deméter regresa a la tierra y llega a las márgenes del rio Aqueronte, preguntándole a todos los que encontraba a su paso por su hija, pero ya era demasiado tarde, puesto que Perséfone había tomado en sus manos una granada, de la cual había comido unos granos, haciéndose imposible el retorno a la tierra. Fueron muchos los ruegos de la madre desesperada por recuperar a su hija, hasta que la determinación que se tomó fue la de favorecerla parcialmente, es decir: que permaneciera seis meses en la tierra y los otros seis meses en el imperio de los muertos.

Se puede decir que en Grecia, Hades no tuvo templos ni altares, pero en cambio si se sacrificaban en su honor víctimas negras, cuya sangre se depositaba en un recipiente. Este dios se representaba con un semblante cárdeno, con ojos amenazadores y rojizos, de espesas cejas, llevando en su mano derecha el cetro de oro y en la izquierda una llave, simbolizando la imposibilidad de salir de los infiernos. La corona de soberano es de color negro, significando las tinieblas y en otras esculturas se le ve con un casco que le hace invisible. Algunos escultores le ponen a su lado a las Moiras, que personificaban el destino, éstas eran tres hermanas: Cloto, Láquesis y Átropos, que presidian el nacimiento, la vida y la muerte de los seres humanos, asimiladas a las Parcas latinas. A los pies descansa el perro guardián de su palacio: el Cancerbero. Las plantas que le estaban consagradas eran el ciprés y el narciso.

La esposa del gobernante de los infiernos también se conoce con el nombre de Coré, cuya representación los escultores la ponían al lado de Hades, sentada en un trono de ébano, o siendo conducida por un coche tirado por caballos negros, llevando en una de sus manos flores de narciso. Es la reina de los infiernos, que ejercía los actos de magia y encantamientos bajo el nombre de Hécate; el poder lo tenía sobre el mar, la tierra, en el Tártaro y en los cielos. Todos los pueblos y grandes monarcas, como también los altos magistrados y los guerreros, la invocaban para recibir de ésta soberana la protección, sacrificando en su honor, corderos, perros y miel. Todos los estudiosos de la mitología griega, coinciden en afirmar, que en la ciudad de Atenas, todos los meses se llevaban a cabo fiestas en homenaje a esta divinidad, conocidas con el nombre de Hecatesias, durante las cuales los poderosos o ricos de la ciudad, ofrecían en las calles de la ciudad una comida pública destinada a los más pobres y a los viajeros indigentes.

El mundo de las profundidades, de los infiernos o el reino de Hades que significa “invisible” o Plutón según los latinos, que significa el “rico”, haciendo alusión a las riquezas inmensas de la tierra, recibe por parte de los distintos poetas, nombres diversos entre los cuales se destacan: Ténaro en griego Matapas, Tenaron o Kavoterano, que es un cabo en el sur del Peloponeso, perteneciente a la antigua región de Laconia, cuyo centro era Esparta, que tenía en uno de sus extremos una concavidad profunda, de la cual salía vapores negros y según la creencia popular, se abría una de las puertas de los infiernos. Otro de los nombres es Erebo, la región más tenebrosa del reino de las sombras, pudiéndose decir poéticamente “la noche del Erebo” que indica, la muerte, el sepulcro y el propio infierno. Finalmente se le da a este dios el sobrenombre de Orco, que se aplica también al reino que ejerce Hades o cuando se hace referencia a descender al Orco, se entiende que es bajar al mundo de los muertos.